domingo, 19 de diciembre de 2010

Mikelen Txokoa : El hombre que miraba al culo de las mujeres



Entre recital y recital , aquí os añadimos otro relato de Mikel. Los últimos publicados en este Mikelen Txokoa eran bastante intimistas y reflexivos. El que aquí se adjunta nos provoca una risa una y otra vez, con ánimos de sacaros una sonrisa en estas fechas que se acercan que se prestan a cualquier adjetivo que queráis.
Aunque la cosa tiene su miga, como si los cantautores fueran de otra galaxia y se movieran siempre entre nubes de algodón en forma de verso.
Lo cortés no quita lo valiente. Pasen, lean y rían...

El hombre que miraba al culo de las mujeres (por Mikel Urdangarin)

Taciturna tarde de otoño. Aunque se puede sentir el sol peleando para que uno de sus rayos logre atravesar la tupida manta nubosa, lo cierto es que el cielo luce gris. Las temperaturas han caído bruscamente y hace un frío invernal, típico del lugar donde vivimos. En estas situaciones hay dos sitios donde uno puede encontrar refugio, tu casa o el bar de siempre. En este segundo me hallo.
Además de Olatz, camarera sin par, se sientan a mi lado Iñaki Maspalomas y Juan el Parco. La tranquilidad que reina en el tabernáculo es total. Nadie muestra intención alguna para el coloquio y la charla. Incluso Olatz, conversadora innata, comparece muda, pensativa, seguramente con la mente puesta en algún amor fugaz de su añorada juventud. Juan el Parco, cuya expresión más larga nunca ha excedido de un monosílabo, se une a este silencio global, para él cotidiano. Inesperadamente, justo en el momento que mi amigo Maspalomas aparentemente se preparaba para hablar y romper tanta quietud, una luz intensa irrumpe en el bar. Detrás de ella, una mujer. De unos cincuenta años, morena de ojos negros, caminar sinuoso y tirando a alta, conforma una imagen turbadora.
La recién llegada pide cambios para comprar tabaco y toma rumbo hacia la máquina. En ese preciso instante y en la frontera de un esguince cervical, los cuellos de Iñaki, Juan y servidor giran al unísono en busca del trasero de la bien aparecida. Es entonces cuando Olatz, indignada con tan espontáneo proceder, arremete furiosa contra nosotros: "Todos los hombre sois iguales. ¡Es que no tenéis por donde agarrar! Especialmente tú, trovador. Me tenías engañada, con canciones y letras, pero eres igual que los demás".
Ya han pasado unos días de esto pero reconozco que la regañina de Olatz ha hecho mella en mi persona.
Ahora solamente miro a los ojos. Allá donde reside la belleza interior. Eso sí, mi vida es infinitamente más triste que antes

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