jueves, 31 de marzo de 2011
Mikelen Txokoa : Un día normal
Entre la actividad musical de Mikel,que os vamos contando en la medida de lo posible,aportamos un nuevo relato a esta sección.
Una vez más el sentido del humor y la ingeniosa narrativa de Mikel queda más que patente en el siguiente relato corto.
No podemos evitar decir que la última frase del texto es la que convierte un texto bueno en uno genial.
Quizás, algún día, habría que hacer un spin-off con Aurelio, Calambres etc...
En fin, un día normal, para algunos...
Un día normal (por Mikel Urdangarin)
El bar está tranquilo, inhóspito si no fuera por la presencia de mi amigo Aurelio y servidor. Los dos tomamos café, yo para despertar y Aurelio para no dormirse. Txitxarro, dentro de la barra y al otro lado de la vida, seca los vasos a la vez que acompaña a María Dolores Pradera. Su entusiasta tarareo tapa cruelmente la voz añeja y aterciopelada de la diva. Los dos le rogamos que no le acompañe, que le deje ir sola. Txitxarro accede, pero promete venganza. Es una de esas tardes de primavera invierno, confusa y engañosa donde tabernero y clientes comparecen entumecidos y mermados, desorientados bajo el gran despiste que reina en el lugar. Pero justo cuando parece que el día se va a ir por el desagüe un inesperado acontecimiento toma lugar: La puerta del bar tímidamente se abre y de la calle aparecen un perro enorme con su dueño, no tan enorme. El perro va por delante, el dueño, por detrás. El primero es un mastín de los pirineos, fuerte y joven, de apariencia espectacular. El segundo es un barco a la deriva, sin velamen y con el mástil roto, quebrado y sometido por mil tormentas. Como siempre, es el primero quien tira del segundo. Al tiempo que el humano se acomoda en un taburete, el bello y fornido mastín se acerca a la barra, levanta las patas delanteras y las apoya con firmeza en el roble barnizado. Txitxarro, Aurelio y yo observamos la escena con intriga, fascinados por lo que está sucediendo. Nuestro amigo se acerca al perro y le hace un gesto indagador con la mirada. El perro responde, se yergue un poco más y con su hocico apunta a la botella de vino de año que descansa en la pecera. Y Txitxarro le entiende. Acto seguido, sirve un vaso y se lo acerca a su renqueante dueño. El perro, en un gesto de conformidad, extiende su robusto cuello y enseña un monedero que cuelga del collar. En estas, Aurelio reacciona:
-No le cobres, Txitxarro, invito yo.
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