lunes, 14 de febrero de 2011

Mikelen Txokoa : Corazón de león



Nos apetece colgar,en este lunes de invierno,un relato más a la larga lista, que es y será,esta sección.
Y es que este relato, por diferentes motivos, cuenta con el cariño especial de quien aquí escribe. Y es que en ocasiones apetece que alguien te saque una sonrisa, y relatos como el que Mikel escribe aquí no nos provoca más que risa ante la ironía y el sentido del humor de su autor.

Sencillamente, este relato es magnífico.


 Corazón de león (por Mikel Urdangarin)

Ricardo, corazón de león para sus más íntimos, se inició en las artes del amor o del amar a la temprana edad de quince años. Lo hizo de la mano de su profesora de matemáticas. El imberbe Ricardo había acudido a su despacho para hacer reclamaciones por un examen suspendido y tras múltiples argumentos, presiones varias y otra serie de malabarismos consiguió finalmente levantar la nota. Esa fue su primera vez, la primera de una lista interminable. Aquella gozosa tarde de mayo perdió para siempre jamás su frágil inocencia y a la vez empezó una agotadora carrera contra  el reloj, la cual  acabó justo hace dos días, precisamente la noche que amó a su mujer número dos mil. Hoy, veinte años mas tarde, asisto a su funeral junto a tres amigos de la infancia.
 Durante el tiempo que vivió, Ricardo fue admirado, envidiado y temido a partes iguales. Admirado por sus amigos, envidiado por sus enemigos y temido por las mujeres y sus respectivas familias. A grosso modo, se podría asegurar que no dejó títere con cabeza. Como decía antes, nuestro hombre inició su particular sprint amoroso o amatorio a la temprana edad de quince años. A los dieciséis, de viaje de estudios en Granada, una gitana que rondaba por la Alhambra le leyó la mano. Le dijo entonces que tendría dos mil amantes en su vida, incluido ella misma, y que le sería casi imposible conocer a una chica sin estar abocado a acostarse con ella. También le contó que venía a la vida, lo que se dice, con los polvos contados y que se esmerara en dosificarlos. Ricardo no le hizo caso. El destino lo llevó a vivir rápido y morir joven. Cuenta la leyenda que, excepto a su profesora de matemáticas, exigente hasta el extremo, a  ninguna otra dejó insatisfecha. Aunque nunca se sabe…
 Hoy, mis tres amigos y yo acompañamos en el dolor a su madre y sus dos hermanas, las únicas mujeres presentes en este templo vacío

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