domingo, 9 de enero de 2011
Mikelen Txokoa : Exaltación
Tras la resaca de la parte musical, recuperamos el Mikelen Txokoa con un relato más para nuestra particular revisión a la vertiente literaria, algo más desconocida.
Esta vez lo hacemos con uno de sus relatos más perspicaces : Exaltación.
Desde aquí cuando leemos algo así, nos dan ganas de seguir leyendo, la verdad.
Tras la calma la tormenta. Y tras fiestas, conciertos y demás que mejor que volver a la rutina de muchos con un relato de Mikel.
Como siempre decimos, pasen y lean...
Exaltación (por Mikel Urdangarin)
El lunes por la tarde cenamos en casa de nuestro amigo Calambres. Aquejado de un principio de neumonía, el pobre debía guardar reposo. De modo que Txomin Reyertas, Jon Ilustre y servidor fuimos a su morada a comprobar que el enfermo, efectivamente, reposaba. Nos recibió con bata, zapatillas y pasamontañas. Menudo susto. Apenas se le veían sus, ya de por sí, cerrados ojos. Estaba, sin duda, enfermo. Decidimos, entonces, desplegar el operativo especial. Urgía recuperar al amigo. Así que mientras Txomin cocinaba una tortilla de diez huevos y una sanadora sopa de ajo, Ilustre y yo cantábamos rancheras a su vera. Antes le habíamos puesto un crucifijo encima de la cabecera con el fin de protegerle de nuestra propia presencia. Era cuestión de esperar. En pocos minutos Calambres empezó a sudar el vino de tres meses y algo más. La terapia estaba resultando. Más tarde le dimos de comer medio litro de sopa y un buen trozo de tortilla y vuelta a cantar rancheras. Así hasta altas hora de la madrugada. Al día siguiente supimos que a Calambres lo habían ingresado. Una vez en el hospital nos dijeron que teníamos prohibido visitarlo. Indignados, rogamos al menos nos dieran una explicación que justificara tal contundente proceder. Finalmente, el medico a su cargo accedió a hablar con nosotros. Nos dijo que la principal causa del ingreso de nuestro amigo había sido la exaltación de la amistad. Concluía el doctor que una sucesión de exacerbadas muestras de afecto habían postrado a Calambres en la estrecha cama del hospital. También nos pidió, impasible, que dejáramos de verlo durante un tiempo. Cabizbajos, así salimos Txomin, Ilustre y yo del hospital. Y así caminamos en sepulcral silencio hasta el bar de la esquina donde, bien acodados en la barra y vaso en mano, mis dos amigos, con la mente puesta en el doctor, rumiaban incrédulos al unísono: exaltación de la amistad, exaltación de la amistad…
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