martes, 7 de diciembre de 2010

Mikelen Txokoa : Reflejos I & II


Nueva entrega y esta vez nos apetece hacerla doble. El hecho de que sean dos relatos tan estrechamente enlazados nos parece apropiado publicarlo por partida doble.
Nuevo giro de Mikel en su faceta de escritor. Juro que si no llevara su firma jamás diría que está escrito por él. Estos son relatos que azotan pues el nivel reflexivo es muy alto. Leyendo con atención, los relatos me recuerdan al maestro Dylan con esa habilidad de pasar de la primera a la tercera persona que en sus primeros trabajos utilizaba. Y como no, la fragilidad que todos tenemos, la inseguridad y el no estar seguros de quien somos. Es como el el Who am I? de Lou Reed y Edgar Allan Poe o el Sr. G de Vegas. Esta es nuestra humilde opinión.

Como siempre, lean y disfruten.


Reflejos (por Mikel Urdangarin)

 Ocho de la mañana. Un martes atípico. Venciendo al sueño y ayudado por el primer rayo de luz que se cuela  por los cuadraditos de la persiana, me levanto. Medio zombi llego hasta el baño, inhóspito y frío lugar a estas alturas  del año. Una vez en la nevera me armo de valor y decido mirarme en el espejo. No me gusta lo que veo. Apenas reconozco al tipo que tengo enfrente; el hombre posa ojeroso, cansado. Las facciones de la cara comparecen sobremanera, acentuadas, violentamente exageradas. ¿Qué edad tienes? Le pregunto. La misma que tú, me responde el muy barrigón; a ver si espabilas, desgraciado, so vago, trasnochador.
Pero qué le pasa al tío éste, me pregunto. Que le hecho para recibir tanta estopa, de dónde esa inquina… Le miro. Me mira. Nos miramos. Tras una desafiante pausa desisto. Pienso que no merece la pena. Que no hay nada que hacer con semejante personaje. No hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Que le den por saco. Una retirada a tiempo vale más que mil batallas. Reconfortado por mi noble proceder, digo adiós a la insultante presencia y agarro la áspera esponja que reposa en el lavabo. Me adentro hacia lo conocido. Sé lo que me espera. Tengo la seguridad que después de cinco minutos bajo el agua caliente otro gallo cantará. Lo sé. El plato de la ducha esta helado pero es cuestión de segundos. Y así es. Ya no hay frío que valga. El potente chorro abriga mi  cuerpo y poco a poco, centilitro a centilitro, lo libera de su castigo. Esto ya va. Ya vengo. Aquí estoy. A regañadientes cierro el grifo y todavía con los ojos cerrados alcanzo la toalla que cuelga donde siempre. Buena amiga, pienso. Enérgicamente me seco. A medida que el bao desaparece, una figura se adivina en el espejo. Es el hombre de antes. ¿Qué tal? Le pregunto. Pero él calla. No reconoce al joven que tiene enfrente.

Reflejos II  (por Mikel Urdangarin)

Martes, nueve de la mañana. Todavía es pronto pero se adivina otro día soleado. El aire es fresco y limpio. Uno lo  respira con prudencia y respeto, sin henchirse en demasía. Sabe que el buen tiempo no estila mucho por estos lares y procura no enfadarlo con inspiraciones grandilocuentes, casi soberbias, desproporcionadas en esencia con la obligada austeridad de los últimos tiempos. Así que respiremos tranquilos. No sobreactuemos. Y eso es lo que hago. Humildemente camino. No quiero encrespar a nadie. Lo juro. Intento no perder la armonía entre paso y paso. Cojo el aire por la nariz directo al pecho y presionando levemente el abdomen lo expulso por la boca. La sensación es que el aire hace un recorrido largo y circular desde la nariz hasta la pelvis. El ejercicio, a medida que se repite, es hondamente relajante. Y sigo caminando y respirando. En plena búsqueda de no sé qué cruzo mi cuerpo con el de otra gente que a tenor  de su paso, de sus prisas y de cómo va vestida, camina hacia otro destino, probablemente a su lugar de trabajo. Su gesto es duro, crispado, excesivamente reflexivo para cosa buena. Su mirada proyecta al suelo pero otro paisaje ocupa su mente; el suelo, aún en Vitoria, no puede tener la culpa de todos nuestros males, no puede ser el causante de tales expresiones.  Me recuerdan a mí ayer. Iba igual. Ceño fruncido, gesto pensativo y caminar violento. Y reconozco que lo mío es más grave, ya que no acudía al lugar de trabajo o algo similar. Simplemente caminaba, aunque nadie camina simplemente. Y lo hacía con ese aire entre duro y tristón, que no se muy bien a que responde pero que sin duda lo llevaba conmigo. Hasta que el reflejo de un escaparate súbitamente me atrapó. Ahí paré. Dejé de caminar. No puede ser. Otra vez has caído, Mikel, pensé. Afortunadamente pude reaccionar. Lancé una mirada al amargado que tenía enfrente y le obligué a cambiar su expresión. Sonríe cabrón. No seas  gilipollas.  

1 comentario:

  1. Buenísimos los dos relatos...me encanta ése toque de..."retorcida perfección"
    por cierto...ése personaje k ves cuando te miras al espejo...merece la pena, por supuesto; no lo dudes !!! muxu bat .

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