miércoles, 22 de septiembre de 2010

Mikelen Txokoa : Nuevo relato: Abrázame


Un aporte más a la sección Mikelen Txokoa.
El caso es que si uno lee los relatos publicados en el citado diario genera sorpresa. Con alguno de ellos te partes de risa, con otro te identificas etc….Es una faceta curiosa y simpática de Mikel.
Este aporte es especial porque diríamos que es inédito, o al menos no lo hemos encontrado. Ha llegado a nuestras manos y la verdad es que tiene el toque mágico característico de Mikel. Vaya, es el Mikel en su máximo esplendor.
Este relato debe ser guaradado como oro en paño.

A nosotros en algún pasaje nos ha recordado a la fábula del amor , cuento incluído en El Lobo Estepario de Herman Hesse. Pero salvando las distancias, el cuento es bonito y una autoproclamación del desastre manifiesto que es Mikel. Bueno, cuidado, hablamos del Mikel del relato.

ABRÁZAME ( Por Mikel Urdangarin)

 Pedí cita justo hace dos años. Salí el jueves temprano para llegar el viernes por la tarde. Habiendo realizado un viaje de casi veinte horas interrumpidas, llegué a las afueras de Florencia para las siete, casi con media hora de antelación. Isabella atiende a la gente en su propia casa, justo en el salón. La cocina es la sala de espera. Es ahí donde uno aguarda impaciente su turno, la ansiada llamada.

 Pero como decía antes, pedí cita hace dos años. Es el tiempo que he tenido que esperar para que la joven Isabella me atendiera. Hasta su morada  se acerca gente de todo el mundo, incluido yo, y es sabido que despacha a doscientas personas al día, ni una más. Su forma de tratar al paciente es sencilla: sin terciar palabra te mira a los ojos y en función de lo que adivine en ellos te da un abrazo durante más o menos tiempo. Y eso es todo. Acto seguido la persona empieza a experimentar una sensación agradable y duradera, puro bálsamo, si bien tal sensación tiene fecha de caducidad.
 Eso es todo lo que yo sabía de ella  poco antes de que llegara mi turno, pasara al salón y me mirara fijamente a los ojos: “Tienes un desajuste serio, amigo mío”comentó con voz pausada en comprensible italiano, “me temo que necesitas un señor abrazo. Como eres el último paciente te quedarás en casa todo el fin de semana” añadió sin derecho a replica. Y así fue. Acto seguido me llevó a su lecho, nos acostamos y, con suave intensidad, me abrazó. En posición fetal y con ella a mis espaldas, estuvimos inmóviles durante dos días, periodo en el que no tuve sed ni hambre hasta el domingo por la tarde, momento en que alejó sus verdes ramas de mi cuerpo. Lo hizo lentamente. Isabella expiró como si hubiera guardado el aire durante décadas. Estaba agotada, extenuada cuando me miró fijamente a los ojos por segunda y última vez:”Lo siento, creo que no te puedo ayudar. Prueba suerte en otro sitio”.

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