Nueva aprotación al Mikelen Txokoa. Nos gustan mucho estos relatos.
El que os ofrecemos hoy es….diferente. Si este relato apareciera en algún otro blog y estuviera firmado por Nacho Vegas, a nadie le extrañaría. Bueno, hay algo que lo delata : su narrativa es muy propia, muy atractiva y dan ganas de seguir leyendo. Lo de Vegas lo decimos por la temática tan favorita del asturiano, tan bisexual.
Este relato de Mikel es brillante, sobretodo por el humor que lo compone. Huelga decir que estos relatos no deben leerse al pie de la letra, queremos decir, que un escritor siempre transforma la realidad cuando escribe. Lo decimos por aquello de caer en el error de decir “no sabía que Mikel etc…”
Hemos escogido este relato a conciencia porque es de lo más alejado a su temática musical. Es decir, consideramos que esto no lo cantaría nunca Mikel. Igual sí, quien sabe.
Por cierto, muy atentos al Mikelen Txokoa pues tenemos material para publicar. Nuestro deseo : verlo algún día por las librerías.
Doscientos libres por Mikel Urdangarin
Son las diez de la mañana. Como un jubilado más, hago cola para acceder a la piscina.
En la puerta del centro, dos fornidos nigerianos controlan el tránsito. Tantos salen, tantos entran. Por añadidura, se les ha encomendado la difícil labor de distinguir a los nadadores(los que nada hacen) de los que simplemente acuden a ducharse.
Tras una criba importante, logro entrar junto a un par de colegas desocupados que, a tenor de su zancada, ansían zambullirse en el agua. Tranquilamente me desvisto, acudo a la taquilla y acto seguido me dirijo a las duchas a darme el baño obligatorio. Y he aquí la primera sorpresa del día; bajo un potente chorro, un hombre se ducha con el pene completamente erecto. En falsa diagonal, su sexo apunta claramente hacia el techo. De mediana edad, flacucho, espalda encorvada, pecho hundido y pequeña barriga cervecera, el hombre se reivindica de cintura para abajo. Es, como si esa parte quisiera arreglar el desaguisado que tiene arriba. Y doy fe que lo consigue. Menudo crack, pienso. No somos nada. Confieso que hay momentos en la vida en los que uno puede llegar a sentirse muy pequeño.
En fin, entre aturdido y abrumado, tomo rumbo a la pecera y, cual manatí desvalido, comienzo a nadar junto al resto de la manada. Procuro concentrarme en la respiración y, poco a poco, los metros se suceden. En plena armonía con el entorno y con cuarenta minutos de fino ejercicio a mis espaldas, un señor muy majo me propina un hachazo en la nuca. Concluyo que la sesión ha terminado. De vuelta a las duchas, dónde me topo con la segunda sorpresa de la jornada: El homo erectus sigue bajo el potente chorro. La estampa apenas ha variado. Está solo y con el arma cargada. . Así las cosas, no me puedo aguantar y me arranco.
-¿Que, se está bien, no?-Sin mediar palabra, el hombre lentamente se gira hacia mí y me obliga a dar un paso atrás. La situación es delicada. Ante la clara amenaza, me salto la ducha y paso directamente a vestuarios. Mientras me visto, confuso, la recién vivida escena martillea mi mente. Qué derroche de agua, qué alarde de energía. Finalmente, una certidumbre se apodera de mí: ¿Crisis? ¡Qué crisis!